Nada que celebrar mucho que rescatar

Sigueme en twitterDesde hace 529 años los habitantes del continente americano nos hemos visto obligados a ver la parte mas oscura de la naturaleza humana, hemos sido testigos de la barbarie adornada con pústulas de color dorado que supuran sangre y lágrimas.

Civilizaciones milenarias fueron arrasadas en un frenesí alimentado por la codicia mas irracional que el mundo haya visto, y aun hoy, los descendientes y defensores de estas bestias salvajes siguen perpetuando su accionar en contra de las razas y comunidades originarias del continente.

Y aunque me encantaría dedicar este espacio a señalar lo que está mal en el mundo y quienes son los culpables, me detengo, reflexiono y caigo en cuenta que ese impulso de crítica nace de lo más profundo de mi ego y de mi mente.

Pero si en verdad deseo ser parte del cambio, debo entender que el cambio va de adentro hacia afuera.

Por eso prefiero mejor escuchar mi corazón y dedicar este artículo a destacar lo bueno que aun nos queda de nuestra herencia indígena, esa que se enraíza en lo mas profundo de nuestros genes y que se deja ver en nuestras pieles mestizas y ojos oscuros.


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Nuestros antepasado aprendieron a convivir con su entorno, entendieron que hacen parte de la tierra, no que son dueños de ella, lograron escuchar los latidos de la Pacha Mama y sincronizarse con sus ciclos para cultivar y cosechar.

Vieron a los animales como a sus semejantes y por eso cuando los cazaban y sacrificaban para su consumo les dedicaban una oración de agradecimiento por su entrega y alimento. ¡Eso es conciencia de UNIDAD!

Nunca tomaron de la tierra más de lo que necesitaban y siempre se mimetizaron con su entorno, no lo modificaron a su antojo de forma depredadora.

Esa sabiduría indígena sobrevive en nuestros abuelos campesinos, que de una u otra forma lograron conservar el amor por la tierra y por la naturaleza.

Mi abuelo, campesino nacido en una casa más arriba de La Esperanza y a quien ahora cuido en su transitar por los 93 años, me enseñó que antes de arrancar una planta medicinal debía solicitar su permiso y explicarle el propósito de por qué la necesitaba.

De igual forma me explicó que nunca debía arrancar una flor aunque me pareciera las bella de todas, ya que ella estaba ahí para ofrecerme su belleza y que esa belleza no me pertenecía a mí.

Siempre he pensado que el futuro de la raza humana está en el campo y en esa forma magnífica y respetuosa de relacionarse con el medio ambiente, tal como lo hacían nuestros abuelos, los indígenas.

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